8:30 am. Casa de Rocío.
Elena y Bea
habían llegado hace media hora como un torbellino. Como venían a mi casa para
arreglarnos todas juntas, ya de paso las invitaba a desayunar.
Jorge y Andrea
también habían madrugado para ayudarnos, aunque ellos tenían que ir una hora más
tarde. Andrea había decidido ducharse antes que todos para no ocupar el baño
mientras estuviésemos las tres ahí, por si necesitábamos algo, y Jorge,
mientras, preparó café y tostadas. La verdad es que vendría bien, pero con el
estado de nervios que tenía, dudaba que pudiese entrar nada en mi estómago esa
mañana.
-
Creo
que voy a ducharme antes de desayunar y así aprovecho y me relajo un poco. Chicas,
si necesitáis empezar a maquillaros o cualquier cosa, mi habitación es toda
vuestra – dije con una gran sonrisa y me metí en la ducha.
Necesitaba
tranquilizarme. Acabar con ese hormigueo del estómago que no me deja en paz. El
agua caliente siempre suele sentarme bastante bien y, aunque no hacía
precisamente frío en esa época del año, el calor destensa los músculos y los
deja relajados.
Estaba feliz,
inmensamente feliz. Me imaginaba dentro de unas horas subida a la tarima, con
todos mis compañeros y la gente que más quiero allí, viéndome, al fin,
conseguir todo aquello por lo que he luchado toda mi vida. Ese pensamiento me
hacía sonreír y tener aún más ganas de que llegasen las 12 de la mañana, que es
cuando realmente empieza la ceremonia.
Al salir de
la ducha, Jorge me obligó a desayunar antes de entrar en mi habitación. Las chicas
se estaban maquillando, sin vestirse con la ropa de la graduación. Habíamos
acordado que sería interesante ver las caras de mis dos compañeros de piso
cuando saliésemos cada una de la habitación, completamente maquilladas,
peinadas y con los vestidos puestos.
Cuando acabé
de tomar la media tostada que pude comer y el café, entré. Elena estaba peinándose
y Bea maquillándose frente a mi espejo. Decidí empezar también por el
maquillaje ya que para peinarse debíamos ir de una en una y mientras, fuera…
-
¿A
ti Rocío te ha enseñado el vestido suyo? – preguntó Andrea.
-
No,
por no enseñarme, no me ha dicho ni el color – respondió Jorge.
-
Mira
que se pone misteriosa cuando le da la gana… Bueno, no tardarán demasiado. Son
las 9 de la mañana y hasta las 11 no tienen que estar en la facultad, pero
saldrán antes de aquí.
-
Nosotros
no tenemos que estar hasta las 12, ¿verdad?
-
Exacto.
-
Bueno,
yo voy a ir planchando la camisa, que no me quiero perder el momento en el que
salgan – dijo Jorge impaciente.
-
Sí,
yo creo que debería ir maquillándome y peinándome porque sino luego no me dará
tiempo.
Todos preparábamos
ese día como algo especial. Jorge había pedido el día libre en el trabajo y
Andrea había llamado diciendo que estaba con gripe y fiebre muy alta para
escaquearse también, Sara había llamado a primera hora de la mañana para
despertarme y preguntarme si estaba nerviosa y, así, confirmarme que su madre
no podría ir a la ceremonia porque no le daban permiso en el trabajo, pero sí
al banquete de después. “Me ha dicho que no puede perderse a su otra hija en un
momento tan importante y por eso irá a felicitarte y verte más tarde” explicó
Sara. En realidad lo que importaba es que estaría, para mí siempre había sido
un gran apoyo cuando ocurrió toda la historia de mi familia. Sergio, por su
parte, no había dado señales de vida, aunque ya el día antes se había ofrecido
a llevarnos a la facultad así que, tendría que llegar dentro de poco ya.
-
¡Chicos!
¿Estáis listos? – preguntamos desde detrás de la puerta de madera.
-
¡Por
supuesto! E impacientes – respondieron desde el salón Jorge y Andrea.
En primer
lugar salió Bea, que estaba increíble. El vestido era blanco con un cinturón de
pedrería roja a la altura de la cintura. Un vestido de palabra de honor, ceñido
hasta la altura de la pedrería y caído hasta el corte por encima de la rodilla.
Realzaba a la perfección el bronceado que había conseguido ese verano y los
zapatos de tacón de aguja rojos, a juego con el bolso de mano, quedaban
realmente bien. Había decidido ir con el pelo suelto y que cayese por sus
hombros libremente. Estaba espectacular y eso se reflejaba en las caras de mis
compañeros.
A continuación
salió Elena. Así vestida hacía justicia a su perfecta figura sin ninguna duda.
Ella optó por un vestido largo de tirantes rojo, aunque formado por lo que
parecían dos piezas. La parte de arriba simulaba a un corpiño de los utilizados
por la aristocracia unas décadas atrás y, la parte de abajo, llegaba hasta el
suelo y caía vaporosa alrededor de sus largas piernas pero tenía una abertura
en la pierna derecha, hasta la altura del muslo. El blanco de las sandalias y
el bolso rompían un poco la monotonía de color del vestido y daban un toque
alegre. Ella sí había decidido recogerse el pelo con un moño semi alto y
adornado con unas horquillas de rosas rojas.
Por último, sólo
quedaba yo por salir. Cuando aparecí por la puerta, pude ver la cara de
incredulidad de mis dos compañeros de piso. “Lógico, nunca me han visto así
vestida” pensé. Podrá resultar infantil, pero era un vestido típico de princesa
de cuento, aunque algo más modernizado. Por una parte, el corpiño tenía un
color azul metalizado muy bonito, con cuello barco y ajustado a la figura hasta
las caderas y, la falda, de un azul más claro, caía hasta un poco más abajo de las
rodillas y estaba realzada por un cancán por debajo. Yo sí que no rompí la
monotonía, los zapatos también eran azules aunque con un dibujo en blanco y el
bolso de mano iba a juego con ellos. El pelo, por mi parte, había decidido que
tenía que ser especial. Ondulé algunos mechones y recogí todo el pelo con una
pinza alargada de pedrería azul. Era de mi madre. Es lo único que conservo de
ella a parte de las fotos y me apetecía que, de forma indirecta, estuviese
presente en mi día.
Andrea por
poco se echa a llorar pero no debíamos ninguna, habría sido un completo
desastre empezar allí ya, y Jorge decidió darme un abrazo como si no volviese a
verme nunca más.
Pi, piiii,…
Sonaba el claxon de un coche desde la calle.
-
Será
Sergio, dijo que nos llevaría él, voy a asomarme. – me dirigí a la terraza y
volví a entrar – Sí, es él. Es hora de irse.
-
Bueno
chicas, no os pongáis nerviosas y luego os vemos – dijo Andrea, pero en
realidad eso nos ponía más nerviosas.
-
Eso,
que estáis preciosas… Las tres… - comentó Jorge.
Bajamos al
coche que nos esperaba y el momento en el que Sergio nos vio, fue digno de
fotografiarlo. Se quedó con la boca abierta y los ojos como platos. ¿Realmente
estábamos tan distintas? No mencionó palabra hasta estar dentro del coche y
haber arrancado ya y lo único que fue capaz de salir por su boca fue “estáis espectaculares,
de verdad”.
Al llegar allí,
teníamos que ir sentando a los invitados que iban llegando hasta la hora de comienzo
de la ceremonia y, después, sentarnos nosotras en los asientos reservados a los
alumnos.
Cuando llegó
Sara, iba con un vestido verde pistacho precioso que yo le había visto en
alguna ocasión especial. Despampanante, como siempre, pero no se esperaba mi
look y mucho menos el recogido. No quiso decirme nada pero lo reconoció, eso
seguro.
A las 12 en
punto comenzaron el discurso de bienvenida. Fue una mañana preciosa. Las dos
horas de graduación se pasaron en un suspiro. El coro de la facultad cantó una
canción, dieron un par de discursos y la entrega de orlas y bandas fue un
momento muy hermoso. Cuando se la pusieron a mis compañeros me sentí feliz de poder
estar allí, con ellos, pero cuando llegó mi turno, me faltó poco para ponerme a
llorar allí mismo. Fue felicidad pero, al mismo tiempo, me faltaba algo más.
Ella.
Al acabar, nos
juntamos y salimos de dentro del salón de actos al hall tanto invitados como
alumnos juntos. Había tantísima gente que era imposible reconocer a nadie. Por
suerte, nosotros salimos todos al mismo tiempo.
Todo había
terminado. Ahora sólo nos quedaba el cáterin de después de la ceremonia. Elena,
Bea y yo salíamos espectaculares, orgullosas y, sobre todo, graduadas, de la
puerta del salón de actos, cuando escuché algo que me dejó los pelos de punta y
me heló la sangre.
-
¿Princesa?
Esa voz. Esa
tranquilidad y esa agudeza sonora podría descifrarla en cualquier parte del
mundo. Una voz tan melodiosa que habría sido capaz de dormir a un elefante si
se lo hubiese propuesto, pero en su lugar cantaba canciones de cuna para una pequeña
niña.
Me di la
vuelta, con los ojos encharcados pero no podía llorar. ¿Debía ser fuerte una
vez más? No, ese día no, en ese momento no iba a resistirme. La vi, allí estaba
ella. Su voz. Su olor. Ella.
-
¿Mamá?