lunes, 5 de noviembre de 2012

Capítulo 19




             Habitación de Rocío

          De vuelta a casa, mientras ponía en orden mi mente y los acontecimientos del día, iba repasando cada uno de ellos. La graduación ha sido maravillosa pero jamás me hubiese imaginado la aparición de ella allí. Mi madre había ido porque Sara le dio la invitación y le dijo que si soñaba con la más mínima esperanza de recuperar a su hija, pensase muy bien si asistir o no. He de admitir que es una amiga estupenda pero decirle eso a una madre cuando lleva sin saber nada de su hija casi cinco años, es muy duro, aunque también era la única forma de que apareciese.

            Me miré en el espejo, mientras me quitaba su recogedor del pelo, y recordaba ese momento en el que la sentí, no me hacía falta darme la vuelta para saber quién había pronunciado ese “¿princesa?”. Es inconfundible y único. No pude evitar llorar al recordar el abrazo que le di inconscientemente. Es mi madre, la persona que me llevó en su vientre durante nueve meses sin queja alguna, que ha aguantado viento y marea por sacar una familia adelante y que yo sea feliz. Todo el mundo comete errores pero creo que llega un momento en el que ya se han pagado todas las faltas que se han cometido y necesitamos volver a la normalidad. ¿De verdad me habrá comprendido? ¿Entenderá por qué lo hice? Y lo que más me atormenta de todo, ¿me perdonará?

            Ella no se quiso quedar al banquete por más que se lo pedí. La verdad es que, por una parte necesitaba que se quedase y hablar con ella pero, por otra, quería pasar mi día como lo había imaginado siempre, con la gente que me ha apoyado todo este tiempo. Aunque también es verdad que ese pensamiento no es justo ya que yo fui quien no le permití estar todo ese tiempo junto a mí.

           Me dijo que se sentía una intrusa allí por no haber sido invitada como es debido y que por ello no se iba a quedar a nada más que a darme la enhorabuena y un abrazo, y eso me hizo sentir tremendamente culpable, pero también matizó que no iba a permitirse perderme otra vez. Esta vez había vuelto a mi vida para quedarse en ella, y con ese pensamiento, quedamos al día siguiente en el café de la esquina de mi casa para merendar. Sigue sin saber dónde vivo pero creo que así es mejor porque, en el fondo, quiero la vida que tengo aunque con ella cerca seguramente se me harán las cosas más fáciles. Menos llantos, menos recuerdos, más complicidad, o eso es lo que espero tener.

              Mientras voy quitándome la ropa de la graduación y cuelgo el vestido en su percha, pienso en lo maravilloso que se ve desde fuera, en el instante en que lo vi y supe que era el mio. Ella también lo sabía, fue lo primero que me dijo: “Que guapa estás hija, te has convertido en toda una mujer”. Estuvieron a punto de saltarse las lágrimas pero conseguí aguantar al menos un poco más. Si es verdad que en todo este tiempo he cambiado mucho, tanto física como psicológicamente. No he vuelto a ser la misma jovencita inocente que se fue de casa sin saber dónde iría y llena de miedos, ahora sí es verdad que me miro al espejo y parezco una mujer segura de sí misma y que se ha tenido que hacer fuerte con los años. Me he convertido en lo que quería ser.

           Tras eso, ya estaba en mi cama, hacía calor así que decidí sólo ponerme una sábana por encima, encender la luz de la mesilla de noche y tumbarme un rato a leer. Sólo quedaba esperar un día y podría tener la conversación que tanto ansiaba desde hace tantos años con mi madre. Solas ella y yo.

               “Your hands fit in mine like it’s made just for me…” Sonó en mi móvil, “Little things” de One Direction. Un mensaje. ¿A estas horas? ¿Quién será? Pero cuando lo leí no lo podía creer. No sabía si quería reír, llorar, huir o seguir siendo fuerte. Sabía perfectamente quién era con ese “Buenas noches, ¿no vas a querer verme? Estoy en Madrid, guapa”. Había llegado el momento de decidir y yo ya había decidido.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Capítulo 18




              8:30 am. Casa de Rocío.

          Elena y Bea habían llegado hace media hora como un torbellino. Como venían a mi casa para arreglarnos todas juntas, ya de paso las invitaba a desayunar.

        Jorge y Andrea también habían madrugado para ayudarnos, aunque ellos tenían que ir una hora más tarde. Andrea había decidido ducharse antes que todos para no ocupar el baño mientras estuviésemos las tres ahí, por si necesitábamos algo, y Jorge, mientras, preparó café y tostadas. La verdad es que vendría bien, pero con el estado de nervios que tenía, dudaba que pudiese entrar nada en mi estómago esa mañana.

-       Creo que voy a ducharme antes de desayunar y así aprovecho y me relajo un poco. Chicas, si necesitáis empezar a maquillaros o cualquier cosa, mi habitación es toda vuestra – dije con una gran sonrisa y me metí en la ducha.

           Necesitaba tranquilizarme. Acabar con ese hormigueo del estómago que no me deja en paz. El agua caliente siempre suele sentarme bastante bien y, aunque no hacía precisamente frío en esa época del año, el calor destensa los músculos y los deja relajados.

          Estaba feliz, inmensamente feliz. Me imaginaba dentro de unas horas subida a la tarima, con todos mis compañeros y la gente que más quiero allí, viéndome, al fin, conseguir todo aquello por lo que he luchado toda mi vida. Ese pensamiento me hacía sonreír y tener aún más ganas de que llegasen las 12 de la mañana, que es cuando realmente empieza la ceremonia.

           Al salir de la ducha, Jorge me obligó a desayunar antes de entrar en mi habitación. Las chicas se estaban maquillando, sin vestirse con la ropa de la graduación. Habíamos acordado que sería interesante ver las caras de mis dos compañeros de piso cuando saliésemos cada una de la habitación, completamente maquilladas, peinadas y con los vestidos puestos.

          Cuando acabé de tomar la media tostada que pude comer y el café, entré. Elena estaba peinándose y Bea maquillándose frente a mi espejo. Decidí empezar también por el maquillaje ya que para peinarse debíamos ir de una en una y mientras, fuera…

-       ¿A ti Rocío te ha enseñado el vestido suyo? – preguntó Andrea.
-       No, por no enseñarme, no me ha dicho ni el color – respondió Jorge.
-       Mira que se pone misteriosa cuando le da la gana… Bueno, no tardarán demasiado. Son las 9 de la mañana y hasta las 11 no tienen que estar en la facultad, pero saldrán antes de aquí.
-       Nosotros no tenemos que estar hasta las 12, ¿verdad?
-       Exacto.
-       Bueno, yo voy a ir planchando la camisa, que no me quiero perder el momento en el que salgan – dijo Jorge impaciente.
-       Sí, yo creo que debería ir maquillándome y peinándome porque sino luego no me dará tiempo.

          Todos preparábamos ese día como algo especial. Jorge había pedido el día libre en el trabajo y Andrea había llamado diciendo que estaba con gripe y fiebre muy alta para escaquearse también, Sara había llamado a primera hora de la mañana para despertarme y preguntarme si estaba nerviosa y, así, confirmarme que su madre no podría ir a la ceremonia porque no le daban permiso en el trabajo, pero sí al banquete de después. “Me ha dicho que no puede perderse a su otra hija en un momento tan importante y por eso irá a felicitarte y verte más tarde” explicó Sara. En realidad lo que importaba es que estaría, para mí siempre había sido un gran apoyo cuando ocurrió toda la historia de mi familia. Sergio, por su parte, no había dado señales de vida, aunque ya el día antes se había ofrecido a llevarnos a la facultad así que, tendría que llegar dentro de poco ya.

-       ¡Chicos! ¿Estáis listos? – preguntamos desde detrás de la puerta de madera.
-       ¡Por supuesto! E impacientes – respondieron desde el salón Jorge y Andrea.

          En primer lugar salió Bea, que estaba increíble. El vestido era blanco con un cinturón de pedrería roja a la altura de la cintura. Un vestido de palabra de honor, ceñido hasta la altura de la pedrería y caído hasta el corte por encima de la rodilla. Realzaba a la perfección el bronceado que había conseguido ese verano y los zapatos de tacón de aguja rojos, a juego con el bolso de mano, quedaban realmente bien. Había decidido ir con el pelo suelto y que cayese por sus hombros libremente. Estaba espectacular y eso se reflejaba en las caras de mis compañeros.

        A continuación salió Elena. Así vestida hacía justicia a su perfecta figura sin ninguna duda. Ella optó por un vestido largo de tirantes rojo, aunque formado por lo que parecían dos piezas. La parte de arriba simulaba a un corpiño de los utilizados por la aristocracia unas décadas atrás y, la parte de abajo, llegaba hasta el suelo y caía vaporosa alrededor de sus largas piernas pero tenía una abertura en la pierna derecha, hasta la altura del muslo. El blanco de las sandalias y el bolso rompían un poco la monotonía de color del vestido y daban un toque alegre. Ella sí había decidido recogerse el pelo con un moño semi alto y adornado con unas horquillas de rosas rojas.

            Por último, sólo quedaba yo por salir. Cuando aparecí por la puerta, pude ver la cara de incredulidad de mis dos compañeros de piso. “Lógico, nunca me han visto así vestida” pensé. Podrá resultar infantil, pero era un vestido típico de princesa de cuento, aunque algo más modernizado. Por una parte, el corpiño tenía un color azul metalizado muy bonito, con cuello barco y ajustado a la figura hasta las caderas y, la falda, de un azul más claro, caía hasta un poco más abajo de las rodillas y estaba realzada por un cancán por debajo. Yo sí que no rompí la monotonía, los zapatos también eran azules aunque con un dibujo en blanco y el bolso de mano iba a juego con ellos. El pelo, por mi parte, había decidido que tenía que ser especial. Ondulé algunos mechones y recogí todo el pelo con una pinza alargada de pedrería azul. Era de mi madre. Es lo único que conservo de ella a parte de las fotos y me apetecía que, de forma indirecta, estuviese presente en mi día.

          Andrea por poco se echa a llorar pero no debíamos ninguna, habría sido un completo desastre empezar allí ya, y Jorge decidió darme un abrazo como si no volviese a verme nunca más.
Pi, piiii,… Sonaba el claxon de un coche desde la calle.

-       Será Sergio, dijo que nos llevaría él, voy a asomarme. – me dirigí a la terraza y volví a entrar – Sí, es él. Es hora de irse.
-       Bueno chicas, no os pongáis nerviosas y luego os vemos – dijo Andrea, pero en realidad eso nos ponía más nerviosas.
-       Eso, que estáis preciosas… Las tres… - comentó Jorge.

          Bajamos al coche que nos esperaba y el momento en el que Sergio nos vio, fue digno de fotografiarlo. Se quedó con la boca abierta y los ojos como platos. ¿Realmente estábamos tan distintas? No mencionó palabra hasta estar dentro del coche y haber arrancado ya y lo único que fue capaz de salir por su boca fue “estáis espectaculares, de verdad”.

            Al llegar allí, teníamos que ir sentando a los invitados que iban llegando hasta la hora de comienzo de la ceremonia y, después, sentarnos nosotras en los asientos reservados a los alumnos.

          Cuando llegó Sara, iba con un vestido verde pistacho precioso que yo le había visto en alguna ocasión especial. Despampanante, como siempre, pero no se esperaba mi look y mucho menos el recogido. No quiso decirme nada pero lo reconoció, eso seguro.

          A las 12 en punto comenzaron el discurso de bienvenida. Fue una mañana preciosa. Las dos horas de graduación se pasaron en un suspiro. El coro de la facultad cantó una canción, dieron un par de discursos y la entrega de orlas y bandas fue un momento muy hermoso. Cuando se la pusieron a mis compañeros me sentí feliz de poder estar allí, con ellos, pero cuando llegó mi turno, me faltó poco para ponerme a llorar allí mismo. Fue felicidad pero, al mismo tiempo, me faltaba algo más. Ella.

        Al acabar, nos juntamos y salimos de dentro del salón de actos al hall tanto invitados como alumnos juntos. Había tantísima gente que era imposible reconocer a nadie. Por suerte, nosotros salimos todos al mismo tiempo.

           Todo había terminado. Ahora sólo nos quedaba el cáterin de después de la ceremonia. Elena, Bea y yo salíamos espectaculares, orgullosas y, sobre todo, graduadas, de la puerta del salón de actos, cuando escuché algo que me dejó los pelos de punta y me heló la sangre.

-       ¿Princesa?

          Esa voz. Esa tranquilidad y esa agudeza sonora podría descifrarla en cualquier parte del mundo. Una voz tan melodiosa que habría sido capaz de dormir a un elefante si se lo hubiese propuesto, pero en su lugar cantaba canciones de cuna para una pequeña niña.

           Me di la vuelta, con los ojos encharcados pero no podía llorar. ¿Debía ser fuerte una vez más? No, ese día no, en ese momento no iba a resistirme. La vi, allí estaba ella. Su voz. Su olor. Ella.

-       ¿Mamá?

sábado, 6 de octubre de 2012

Capítulo 17




       Madrid. Noche en casa.

       Ya llevábamos unos días de vuelta por la ciudad, pero echábamos mucho de menos Berlín y sus compañías. En realidad, la que más deseaba volver era Elena, era bastante obvio, Paolo le había marcado como nunca podríamos haber imaginado, y menos, teniendo en cuenta su primer tropiezo. En cambio, teníamos una amiga que no quería volver oír hablar de Berlín. La situación que vivió Bea no es recomendable para nadie, la verdad. Al volver, estuvo varios días sin querer salir y sin hablar del viaje. Una tarde, quedamos para ver todas las fotos, pero se excusó diciendo que tenía que arreglar papeleo y limpiar la casa.

       Al final, decidimos no volver a intentar que pasase esa fase, necesitaba olvidar esa parte del verano y era totalmente comprensible.

       Tras pasar esos días, había llegado la noche antes de nuestro momento más importante: el día de nuestra graduación. Sí, en efecto, mañana al despertarnos hemos quedado en mi casa para arreglarnos juntas y salir de aquí vestidas y perfectas.

      Sólo podíamos invitar a cinco personas cada una a la ceremonia pero a mi, aun así, me sobraba una entrada.

        Ellas tenían las cosas bastante claras. Elena invitó a Paolo (deseando que pudiese venir), a sus padres, a su hermano y a su cuñada. Bea, por su parte, también invitó a sus padres, a sus dos mejores amigos de la infancia y a su abuela. En cambio yo, invité a Sara (como era obvio), a mis compañeros de piso, Andrea y Jorge y, por último pero no por ello menos importante, a Sergio.

        Me quedé con una entrada en la mano, sabía perfectamente a quién le pertenecía, pero no tenía fuerzas. Habían pasado tantos años que no creo que hubiese podido hacerlo. Sin duda era la entrada de mi madre. Me iba a doler no tenerla allí mientras me daban el diploma y me colocaban la banda, mientras llorábamos al recordar tantos años en la universidad, mientras leían el discurso de despedida de una etapa y comienzo de otra distinta. Me duele no poder tenerla allí. Pero fue una decisión mía e irrevocable.

         Creo que necesito llamar a las chicas. Bip, bip, bi…

-       ¿Sí?
-       Elena, espera, que voy a hacer una llamada “a tres” y así hablo con vosotras.
-       Vale, ¿te ocurre algo?
-       ¿Hola? –respondió Bea.
-       Hola chicas, estamos las tres al teléfono, necesito hablar con vosotras.
-       ¿Y eso? ¿Qué te pasa?
-       Eso mismo la he preguntado yo hace un momento y aún estoy esperando que me conteste – se impacientó Elena.
-       Tranquilas chicas, no es nada, es sólo el día de mañana – respondí.
-       Sí, la graduación pero… - hizo una pausa, Elena, en su frase – oh, no. Estás pensando en la quinta entrada, ¿verdad?
-       Sí… No puedo evitar pensar que es de ella. Al final he decidido dársela a Sara para que traiga a su madre, que ha sido como una madre para mi pero…
-       Pero no puedes evitar pensar que se la has dado a la madre equivocada – completó Bea.
-       Exacto.
-       Y, ¿por qué no la invitas a ella? Han pasado muchos años de castigo, para una madre ha tenido que ser duro ver cómo te vas sin dejar huella alguna durante tanto tiempo – propuso Elena.
-       No sé si podría verla sin pensar en ese último día o sin reprocharle que le aceptase en casa otra vez.
-       Han pasado años, Roc. Si no lo pruebas, nunca lo sabrás.
-       Bea tiene toda la razón. Si no te enfrentas a eso que piensas que ocurrirá, nunca sabrás si de verdad es así o ha cambiado algo.
-       Sí, tú siempre nos dices que no puedes decidir algo de aquí a un tiempo porque no sabes si mañana estarás igual o habrá cambiado algo. A lo mejor no cambia en cinco años y sí en una noche. Si no pruebas, no lo sabes.
-       Esas son mis palabras Bea, no utilices trapos sucios contra mí… - respondí.
-       No son trapos sucios. Son tus mismos consejos.
-       Sí, deberías aplicártelos de vez en cuando – intervino Elena.
-       Bueno, aun así ya es demasiado tarde para el día de mañana. Pero creo que tenéis razón. Quizá podría mandarle una carta con una foto de la graduación, pero se la daría Sara. No quiero que sepa dónde vivo, por si acaso. Y a raíz de ahí, a lo mejor, podría quedar para tomar café con ella una mañana.
-       Claro que sí – apremió Bea – esa es la actitud. Fortaleza y enfrentamiento a los problemas.
-       Sí, y sino piensa en mi y en la taquicardia que me dará mañana si viene Paolo y se sienta con mis padres, mi hermano y mi cuñada. Mi cara será digna de ser fotografiada en ese instante. – se oyeron risas a lo largo de la línea – Oye, que es verdad, poneos en mi situación.
-       No, no. Si por eso nos reímos, porque nos lo imaginamos – respondí sin poder controlar mi ataque de risa.
-       Eh, imaginaos. “Hola papá, este es mi chico. Le conocí porque me acosó en el aeropuerto y luego nos encontramos casualmente en un pub durante el viaje a Berlín y sí, sólo le conozco de 3 o 4 días” ¿Cómo reaccionaría tu padre? – bromeó Bea.

          Sólo podían ser nuestras ocurrencias. Estuvimos un rato más imaginando los encuentros familiares de cada una y los no familiares mientras, con cada broma, nos surgía otro ataque de risa. Mis amigas habían optado por la risoterapia para superar y olvidar mi problema. Saben que si pienso mucho más en ello iba a ser peor.

        Tras esta curiosa conversación, decidimos que necesitábamos descansar, ya que sino no habría forma de maquillar nuestras ojeras a la mañana siguiente cuando vinieran.

        Ninguna podíamos imaginar cómo iba a ser el día que llegaba a continuación. Más de una sorpresa podríamos llevarnos y, conociendo nuestra suerte, pasaría.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Capítulo 16




              Recepción del hotel.

            Miramos aquella entrada que se nos había hecho tan familiar en esas dos semanas. No parecía la misma. El día que llegamos, íbamos sin orientación alguna y hablando lo justo y necesario para que nos comprendiesen, pero ahora es como si algo de ese lugar nos lo llevásemos de vuelta, como si hubiésemos dejado también allí algo de nuestra esencia personal.

-       ¿A vosotras también os da la sensación de que nos falta algo? – pregunté sin demasiado entusiasmo.
-       Sí, pero creo que no es algo material – respondió Elena.

        Bea nos miró, como si quisiese decir algo pero las palabras no fluían por su boca. Nuestra amiga no estaba bien y era lógico después del numerito que había tenido que aguantar esa misma mañana. Sonó un claxon en la entrada.

-       Creo que es hora de irnos.

        Tras despedirnos de la recepcionista que estaba en ese momento, salimos y allí estaban, esperándonos en un coche porque nos llevarían al aeropuerto: Ben y Paolo.

            Era un día algo triste para todos y se podía palpar en el ambiente. Los chicos tampoco estaban demasiado habladores y no tenían esa mirada y esa sonrisa que les caracterizaba los días anteriores.

        Al llegar al aeropuerto, ellos se encargaron de la mayoría del peso de las maletas mientras nosotras buscábamos dónde coger el avión. No queríamos que nos pasase lo mismo que en el viaje de ida y acabar en Roma o en cualquier otro sitio.

            Bea se despidió de ellos y nos dijo a nosotras que iría por delante. “No seáis tontas – dijo – es vuestro último momento, aprovechadlo”. ¿Nos quedaba otro remedio a parte de hacerle caso? Creo que no, tenía toda la razón.

           Elena se despidió de Paolo entre besos y abrazos. Creo que es de las pocas veces que he visto a mi amiga en esa situación de no querer separarse de alguien pero se la notaba en la mirada que, si pudiese, se quedaría a su lado.

            Ben vino a hablar conmigo. La verdad, yo no quería hacerme ningún tipo de expectativa futura y luego decepcionarme así que me mantuve en la misma línea de la noche anterior. No podía prometerle nada ni darle más que una amistad distanciada por fronteras, pero él pensó que sí podía darle más.

-       Prométeme que vendrás a verme a Francia. Es un camino relativamente corto, puedes venir incluso en coche. Iré yo a verte a Madrid también pero París es increíble. Yo sería tu guía. Por favor. – pidió.
-       Bueno, intentaré ir por todos los medios. Siempre he querido visitar París así que será nuestro próximo destino. Te voy a echar de menos.
-       Y yo a ti, muchísimo.

            El abrazo que siguió a esa despedida fue quizá uno de los que más recordaré de toda mi vida. Fue emotivo, deseado y lleno de promesas futuras anhelantes de ser cumplidas.

          Tras dejarles ahí quietos y darnos la vuelta para dirigirnos hacia el avión ocurrió algo que jamás hubiera imaginado. Era Elena.

-       ¿Eso es una lágrima?
-       ¿Qué dices? Se me habrá metido una pestaña en el ojo – respondió, pero no me convenció.
-       Ya… Seguro. ¿Qué te ha dicho?
-       ¿Paolo?
-       ¿Quién sino?
-       Que no sabe cómo nos volverá a juntar el destino pero que si no lo hace, lo provocará él. Soy su excepción a la regla – dijo mientras forzaba una débil sonrisa.

           Nuestra chica sexy e imparable había encontrado a su chico, o eso parecía pero es todo demasiado complicado. Cuando al fin parece que estamos a un haz de luz de hallar la felicidad, algo ocurre y nos lo arrebata. Siempre es así o casi.

           Nos subimos al avión, rumbo a casa de nuevo y no pudimos evitar mirar por la ventanilla y recordar cada uno de los momentos pasados en ese lugar, tanto buenos como malos.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Capítulo 15




                Cuatro años atrás. Verano.

          Estaba volviendo a casa después de pasar una soleada y quizá demasiado calurosa tarde de verano en casa de mi mejor amiga Sara y según me acercaba sabía que algo no iba bien, algo había cambiado y tenía un mal presentimiento.

          Cuando entré en casa, esa corazonada se hizo lo más real posible. Él había vuelto a casa. Después de tantos meses sin saber nada. Tras aquella noche de otoño en la que mi madre me lo confesó todo, no volvió a dar señales de vida y en el fondo lo agradecí porque eso significaba que nos había dejado tranquilas por fin, tanto a mi madre como a mí, pero allí estaba, arrastrándose como un perro apaleado.

            Noté en la mirada de mi madre que le había perdonado y se sentía culpable. No sabía cómo decírmelo, pero no necesitaba palabras, sólo que me mirase a los ojos. Entonces lo hizo y lo supe al instante, nada había cambiado para ella, pero no podía decir lo mismo de nosotros dos.

          Él también me miró, parecía arrepentido con sus palabras pero algo ocultaban, no decían toda la verdad y me lo demostraron sus ojos un minuto más tarde.

-       Siento muchísimo lo que os he hecho pasar y el episodio de aquella noche. No debí levantarte la mano en ningún momento – comenzó a decir –, ¿podrás perdonarme?
-       Jamás – respondí, quizá, demasiado tajante – ella podrá creerse tus mentiras y perdonarte pero para mí ya has perdido todo respeto posible. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha dejado tu otra mujer y por eso vuelves?
-       ¿¡Quién te has creído que eres, niñata!? – y entonces salió a relucir lo que me esperaba, enfureció – me debes y me deberás siempre un mínimo de respeto porque soy tu padre.

          Esas últimas dos palabras retumbaron en mi como el sonido de un gong demasiado cerca. “Tu padre”, sí es verdad que lo era pero…

-       ¿Un padre abandona a su familia? ¿Un padre se va a tener otra familia con otra mujer que no es mi madre, aquí presente? ¿Un padre le da un bofetón a su hija y después se va durante meses sin dar señales de vida? ¿Un padre hace sufrir como hemos sufrido mi madre y yo todo este tiempo? Perdona pero creo que no. Un padre es el que lo da todo por su familia y lucha por los intereses comunes así que ahora no vengas dándotelas de digno y padre porque a mi no me vale de nada. Puede que mamá te haya perdonado pero a mi no me pidas que haga lo mismo porque yo no soy tan débil.
-       Es verdad que lo hice mal pero tú tampoco estás siendo demasiado fácil.
-       Mi intención es precisamente esa: no ponértelo fácil. A mi no vas a conseguir engañarme como a mi madre con, ¿qué ha sido esta vez? ¿Un par de perdones y de caricias? ¿Una caja de bombones o una planta para la habitación, quizá? Perdóname pero a mi todo el daño no se me olvida tan fácil ni todas tus mentiras tampoco…

           Otra vez no. No la vi llegar. Volví a sentir sus cinco dedos en mi mejilla ardiendo de dolor y, antes de volver a decir nada y de que las lágrimas rodasen por mis mejillas, me subí corriendo hacia mi cuarto y me encerré en él. No quería oírle más. No podía aguantar más, no estaba dispuesta a ello.

         Seguía escuchándole al otro lado de la puerta. Hice bien en poner ese pestillo para poder estudiar tranquila sin que abriesen la puerta cada cinco minutos. Entonces, encendí la cadena de música y la puse a un volumen lo suficientemente alto como para no escuchar lo que decía. Gritaba más y más. Amenazaba con partir la puerta si no bajaba la música y abría en ese mismo instante. Estaba loco, no sabía qué hacer y no se movería de ahí.

         Se me ocurrió una solución. Un mensaje de texto, ¿¡cómo no se me había ocurrido antes!? Tenía que mandárselo a Sara, ella sabría lo que hacer.

             “Sara, necesito que me ayudes. Mi padre ha vuelto a casa, mi madre le ha perdonado y yo tengo que irme de aquí ahora. Ha vuelto a pegarme. Contesta por favor.” Enviado. Ahora sólo me quedaba esperar.

              Un nuevo grito y parece que se estaba calmando. Bajé un poco la música y entonces lo noté. Un golpe seco, profundo, resquebrajó la madera de la puerta, y mi salvación. Un mensaje recibido.

               “Te iré a buscar cuando se hayan dormido. Aparcaré con las luces apagadas delante de tu casa en dirección contraria. Haz las maletas y cuando puedas sales. Aguanta, ya sabes que estoy aquí para todo.”

              Es la mejor, nunca me ha quedado la menor duda de ello y la hice caso. Abrí la puerta, pedí disculpas pero eso no sirvió. Mi madre le frenó para que no me hiciera nada más. Bajaron a hacer la cena y yo mientras hice las maletas en mi cuarto y las fui bajando por la ventana. Suerte que los matorrales de mi madre las tapaban y que la altura de mi habitación al suelo no era demasiada.

            Pasé por la cocina. En realidad no tenía apetito pero cogí una pieza de fruta y les dije que no iba a cenar, que me iba a la cama.

               Antes de irse a dormir, mi madre pasó por delante de mi puerta, llamó y entró.

-       Cariño, siento mucho lo ocurrido…
-       No hace falta que te disculpes. Es tu decisión, no la mía.
-       Bueno, veo que esta no es la mejor noche para hablar nada. Así que, buenas noches mi vida. Te quiero. – Y me dio un beso, muy cálido, maternal, muy sentido en la frente.
-       Y yo a ti mamá.

             Cuando se fue, no pude evitar replantearme si lo que estaba haciendo era lo correcto, pero empezaron a rozarme las heridas con las sábanas y eso fue respuesta suficiente y la puerta. Al abrirla vi lo que había hecho, se veían claramente los nudillos clavados en la madera. Me costaría mucho olvidarme de esa imagen.

             Media hora más tarde, la casa está totalmente en clama y mis padres duermen. Desde allí se oyen los ronquidos de él y decidí escribir una nota.

            “Mamá, siento mucho hacerte esto pero tú eres quien ha elegido y te has quedado con él. No somos compatibles y mis heridas de esta noche lo demuestran. No intentes buscarme, no volveréis a saber nada de mí. Ni tú ni él. Adiós y que sepas que no es por ti por quien hago esto, es por mi. Nunca olvides que yo también te quiero muchísimo.”

              Dejé la nota en la cocina, frente a la máquina de café para que sea lo primero que vea y me fui. Recogí mis maletas de entre los arbustos con la ayuda de Sara y salimos de allí.

             Había tomado una decisión. No volvería a pasar por aquello nunca más y no volvería a ver a mis padres. Quizá esa era la parte más dura y con sólo pensar y recordar la mirada aterrorizada y arrepentida de mi madre, expresé lo que llevaba reprimido toda la noche. Lloré en el hombro de mi amiga hasta que ya no pude más y sólo habló una vez más.

-       Si quieres volver, doy la vuelta. Sino, mañana te busco un piso lejos de aquí y me encargo de que todo vaya bien.
-       No voy a volver, eso lo tengo claro. Mañana te ayudo a buscar.

          Tras ese momento me di cuenta que ella era lo único que me quedaba y que no me fallaría jamás. Era lo más reconfortante del día y seguiría demostrándomelo años más tarde.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Capítulo 14




             A la mañana siguiente. Habitación 515.

-       Pero, ¿¡se puede saber qué es todo ese jaleo!? ¿¡Quién llama a la puerta a estas horas!? – guitó Elena recién despierta.
-       I’m Herman. ¡¡Open the door, Bea!!

     Nos quedamos todos atónitos y en silencio mientras escuchábamos esa frase, que provenía del pasillo exterior. Ninguno sabía cómo reaccionar a este momento, era algo completamente increíble. ¿Cómo es capaz de venir y dar la cara después del daño que le hizo a nuestra amiga hacía sólo unas horas? Yo no quería estar presente si Elena se le encontraba cara a cara con él porque con sólo mirarla, echaba humo por las orejas.

-       No te va a abrir, imbécil, así que lárgate de aquí o llamamos a seguridad – explotó Elena ya de una vez.
-       Por favor, sólo quiero pedirla perdón.

          Se notaba algo raro en su voz. ¿Lástima? No, no podía ser que, después de todo, esté él apenado. Había aparecido, arrastrándose cual lagartija arrepentida y, entonces, miramos a Bea, se estaba poniendo algo de ropa. ¿Pretendía salir? Es fuerte pero no sabíamos si soportaría el golpe una vez más.

         Ella abrió la puerta de par en par, de forma que vio a las cuatro personas que estábamos dentro y él preguntó por nosotras y, sobre todo, por los chicos. Utilizamos a Ben y a Paolo de traductores, que se les daba bastante mejor, no se les escapaba nada de lo que decían.

       Él pedía perdón por no haberle contado nada  de su mujer embarazada y por haberle dicho que la estaba utilizando. “En realidad no fue así” decía, “empecé a sentir algo por ti, de verdad” mentía. Mientras Elena y yo nos íbamos enardeciendo por cada palabra que decía el chico en todo momento, estábamos deseando que llegase el momento de hablar de ella y que tenga las fuerzas suficientes para hacer lo que debe. Que soltase toda la ira contenida.

           En ese instante, ocurrió. Bea le dijo que se callase, que no quería oír más mentiras y que ahora la iba a escuchar a ella. “Me da exactamente igual lo que me cuentes, me mentiste y me engañaste como quisiste, esa es la única verdad. Dentro de unas horas me voy de este país y tú desaparecerás con él, de mi vida y para siempre, incluso tu recuerdo se desvanecerá. Puedes quedarte con tu mujer y ver nacer a tu hijo, yo no seré nunca más tu muñeca de trapo” y le cerró la puerta en las narices.

         Nosotras pensamos que eran las palabras más sinceras y más acertadas que había podido decir en la vida pero él no estaba de acuerdo y no parecía muy dispuesto a colaborar.

            Tras el portazo, empezamos a oír insultos desde la parte de fuera y volvió a aporrear la puerta de todas las maneras posibles. Seguía dando gritos. ¿Es que nadie lo oye? ¿Nadie va a llamar a seguridad? Así que alcancé el teléfono y marqué yo misma el número de recepción.
Se calmó un poco con los golpes aunque seguía fuera, podíamos oír que hablaba y decía palabras que no entendíamos. Sería alemán.

             Bea estaba hecha un ovillo, como la noche anterior, en medio de su cama y nosotros a su alrededor. No podía derrumbarse otra vez, eso ya no se lo permitiría ni por él ni por nadie. Una vez ya era demasiado, dos era imposible.

            En ese momento, cuando creíamos que la tormenta había pasado, golpeó la puerta con tanta fuerza que oímos crujir la madera bajo sus nudillos. Había roto la puerta, eso seguro, aunque por dentro no pudiésemos ver nada. Por suerte, subieron los de seguridad y se llevaron a Herman lejos de allí.

        Ese episodio me hizo trasladarme a otro lugar, otra habitación y otro golpe muy parecido, pero allí no había seguridad del hotel que se encargara de ello.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Capítulo 13




             Habitación 515. Hotel de Berlín.

           Cuando entramos en la habitación sólo oímos sollozar a nuestra amiga (o lo que parecía quedar de ella). Parecía un ovillo en medio de su cama, agarrando con fuerza la almohada que secaba sus lágrimas. Siempre ha sido fuerte respecto al tema de derrumbarse delante de nadie. Nunca ha consentido semejante visión como creo que no lo habríamos permitido ninguna, pero esta vez debía ser algo duro para que nos dejara verla así.

           Al oír la puerta, se inclinó levemente para vernos llegar y volvió a recostarse de la misma forma, aunque el llanto había menguado un poco.

          Al verla en ese estado, Elena y yo nos sentamos a su lado apartándole el pelo a un lado y abrazándola hasta que pudo mencionar alguna palabra. Los chicos, mientras tanto, se quedaron sentados en la cama de Elena, que era la más alejada, para no molestar y dejarnos toda la intimidad que podían.

        Una vez conseguimos que levantase la cabeza y dejase de llorar, empezamos a hablar del sitio donde íbamos a cenar y a hacer bromas sobre la comida que nos estábamos comiendo ya, por fin. Aunque Bea no tenía demasiado apetito, no era conveniente que tuviese el estómago vacío, por lo que nos hizo caso y probó un poco.

        Al terminar de cenar, se acercó la inminente pregunta que todos estábamos deseando formular pero no sabíamos de qué manera ni si ella estaría con fuerzas para hablar.

-       Bea, ¿qué ha pasado para que estés así? Si no quieres hablar de ello lo entenderemos – pregunté, con la mayor delicadeza que pude.
-       No, tenéis razón. En parte creo que os lo debo por destrozaros la noche juntos y… bueno… la última de este sitio.
-       No te preocupes. Berlín no se va a escapar pero tú eres más importante. Ellos seguro que también lo piensan, sino no estarían aquí – resolvió Elena lo más rápido que le fue posible.
-       Bueno, es largo de contar, pero creo que ya me encuentro con fuerzas para hablar de ello. Al menos un poco. Veréis, cuando me despedí de vosotras fui a buscarle a la piscina y se mostró muy sorprendido de verme. Me dijo que no le había avisado y cosas así. Todo muy extraño. Entonces me preguntó por vosotras, por si podíamos hablar en la habitación para estar más solos, más íntimos, y subimos. Le pregunté por mis lagunas de la otra noche y me dijo que bebí demasiado y él me acompañó a la cama. Por lo visto, le pedí que se quedase conmigo e hicimos el amor durante horas hasta que me quedé dormida y él se fue, hasta hoy…
-       No me preguntéis por qué pero todo eso me suena a farsa – nos sorprendió Paolo – y eso que yo no le conozco de nada.
-       A mí ahora no sé a qué debe sonarme. Bueno, continúo.
-       Sí, perdona.
-       Al subir, me ha contado todo eso y me ha dicho que podríamos repetir lo de la noche anterior pero que esta vez me quedase constancia de ello. A mi no me ha parecido mala idea, pero al terminar es cuando ha comenzado mi pesadilla. Mientras él iba al baño, yo me he quedado tumbada entre las sábanas, acariciando ese momento como si fuese palpable mientras le decía que mañana es nuestro último día y que le echaré de menos. En ese justo momento, vibró su móvil. Un mensaje recibido parpadeaba en la pantalla. No me gusta ser cotilla pero pensé que podría leérselo desde la cama y, lo abrí. Vi que era de una chica, una tal “Nayara”. Escribía en inglés y por eso pude entender el contenido claramente: “¿Te voy a recoger al hotel en media hora y así volvemos juntos a casa? Te quiero”. Él al verme, se enfadó muchísimo pero terminó por responderme quién era ella. Dijo textualmente: “sí, te he estado utilizando. Es mi mujer y estamos esperando un hijo. Tú sólo has sido una chica de hotel”.
-       ¡Verás cuando le coja! ¡Menudo hijo de p…! – tapé la boca de Elena a tiempo.
-       Continúa antes de que nos den ganas de dejarle sin piernas ni brazos – me apresuré a decir.
-       A partir de ahí nada. En ese momento le eché y os llamé a vosotras. Siento muchísimo haberos estropeado vuestra cita.
-       No te preocupes, si hemos traído la cena aquí. Nos da igual un fondo que otro, lo importante es con quien lo compartas – dijo Ben, mientras me miraba fijamente.

           Después de toda aquella historia, decidimos que, quizá, los chicos podrían quedarse a dormir. Al fin y al cabo esa no era la noche que esperábamos ninguno y es muy posible que a la mañana siguiente les necesitásemos bien cerca a los dos.